TEXTOS ACERCA DE LA BUENA VIDA DE CARLOS MOTTA / TEXTS AOUT CARLOS MOTTA'S THE GOOD LIFE

Eva Díaz es curadora en Art in General. En el otoño del 2008 defenderá su Ph.D. de la Universidad de Princeton para su disertación titulada “Chance and Design: Experimentation at Black Mountain College.” Actualmente planea una exposición titulada "Dome Culture in the 21st Century", acerca de la influencia de Buckminster Fuller sobre el arte contemporaneo y la arquitectura alternativa. Esta se llevará a cabo en Art in General.

Eva Díaz is Curator at Art in General. In the fall of 2008 she will defend her Ph.D. from Princeton University for her dissertation titled “Chance and Design: Experimentation at Black Mountain College.” She is currently working on an exhibition at Art in General about the influence of Buckminster Fuller on contemporary art and alternative architecture called "Dome Culture in the 21st Century."

Una Entrevista Sobre la Entrevista:
Una Conversación con Carlos Motta

por Eva Díaz


Eva Díaz: El agregado más reciente a tu proyecto en curso, La Buena Vida, es un archivo que puede buscarse en Internet y que contiene las más de 360 entrevistas a transeúntes que filmaste en video en 12 ciudades latinoamericanas, referidas a la historia de la intervención de Estados Unidos en la región y a los efectos sociopolíticos de dichas interferencias. Me ocuparé de la esencia de esas entrevistas en un minuto, pero quiero considerar los precedentes para este proyecto en la práctica fílmica y artística, así como la cuestión interrelacionada de tu compromiso con métodos sociológicos tales como la investigación de campo y las encuestas a participantes. En particular, uno de los elementos de tu enfoque parece ser un replanteo de la historia de los usos y apropiaciones, por parte de los artistas, de métodos propios de la sociología y las ciencias sociales (entrevistas, recopilación de información/manejo de archivos, estudios longitudinales – o, en tu caso, latitudinales – y formas de recopilación estadística). Se puede trazar un linaje desde la encuesta realizada por Hans Haacke en 1970 sobre las opiniones políticas de los visitantes del MoMA hasta tu trabajo, por ejemplo. Por otra parte, La Buena Vida recuerda las exploraciones de fines de los años 50 y principios de los 60 de nuevas formas de prácticas documentales tales como el uso innovador que hizo el cine directo de las cámaras manuales y el sonido sincronizado, o más específicamente, el enfoque que adopta el cine verdad en relación con las entrevistas a transeúntes. ¿Cómo llegaste a la entrevista como estructura formal?

Carlos Motta: Cuando comencé a considerar un método formal para enfocar mi interés en este tema fascinante pero inmenso – la forma en que nosotros, los ciudadanos de América Latina, percibimos y asimilamos personal y colectivamente la historia de las intervenciones de Estados Unidos en la región – examiné cuidadosamente una cantidad de filmes documentales latinoamericanos de los años 50, 60 y 70. Estas décadas organizaron varias formas de resistencia a lo que estos cineastas denominaron “imperialismo norteamericano y neocolonialismo burgués”, y presenciaron la creación de formas alternativas de empoderamiento social vía la politización de la cultura. Cineastas como Fernando Birri y Fernando “Pino” Solanas en Argentina; Carlos Álvarez, y Jorge Silva y Marta Rodríguez en Colombia; Patricio Guzmán en Chile y Jorge Sanjinez en Bolivia utilizaron el cine como una herramienta política para informar, instruir, educar y agitar a las audiencias “populares” con relación a su condición social y sus necesidades, derechos y responsabilidades políticas.

Un interés compartido por todos ellos – y un tema fundamental para mi proyecto – fue la creación de modos alternativos de construir la “opinión pública”. Una posición crítica con respecto a la manipulación, en gran medida no cuestionada, del acuerdo político y social creado por los principales medios de comunicación, era esencial para la creación de nuevas formas de interacción mediática. Tal vez bajo la influencia del cine verdad que acababa de hacer su aparición en Francia liderado por Jean Rouch, y de su estética informal, algunos de estos cineastas latinoamericanos también salían a las calles equipados con un micrófono y una cámara manual, confrontando a los transeúntes con preguntas difíciles, documentando movimientos sociales y hablando con individuos y grupos sobre política y sociedad.

Estos precedentes históricos, así como mi creciente preocupación por la estructura corporativa de los medios – y su presentación de información inexcusadamente tendenciosa en nombre del “público” – me llevó a utilizar el formato de entrevista en La Buena Vida. Sin embargo, pronto me quedó claro que no haría una película sino que solamente utilizaría el formato de entrevista para resaltar y rebatir su potencial para la adquisición de conocimiento e información. Mientras que la entrevista es, comúnmente, sólo una de las facetas del film documental (junto con la narración por medio de una voz en off, etc.), para mí la entrevista fue el medio y el fin. Por lo tanto, busqué una forma de organizar estos cientos de entrevistas de un modo “democrático”, lo que derivó en la creación de un archivo en Internet.

ED: Me alegra que hayas mencionado a los medios y a sus efectos constitutivos sobre la opinión pública. La aglomeración de los medios en mega corporaciones indica que la reproducción del orden social existente – la estructura económica dentro de la cual estas corporaciones siguen estando entre las instituciones más lucrativas y cuyos propietarios son las personas más ricas del planeta – es la forma fundamental de consentimiento que orquestan. Estamos (demasiado) familiarizados con el ciclo que se deriva de la cosa insustancial y el caos que caracteriza a la lógica del entretenimiento mediático, particularmente en el caso de la televisión. Cuando adoptabas la postura del entrevistador, pero ofrecías el conjunto de siete preguntas sobre la intervención estadounidense y las percepciones sobre la democracia, obviamente se creaba una disonancia en el modelo de entrevista conocido basado en los medios de comunicación. ¿La gente captaba esto? Es decir, ¿tus sujetos reflexionaban, delante de la cámara o fuera de escena, sobre la forma de agencia de medios que tú mismo representabas o que solicitabas de ellos?

CM: Apenas comencé el proyecto en la Ciudad de México en el 2005, tuve que idear una metodología para realizar las entrevistas que funcionara para lograr la clase de contenido que buscaba. Pronto me di cuenta – luego de varios intentos fallidos – de que la organización de las entrevistas que había visto y estudiado en varios canales de noticias y filmes documentales (incluyendo el de Jean Rouch, Crónica de verano y el de Vilgot Sjöman, Soy curiosa (amarillo), no era la apropiada para mi proyecto. Generalmente, en estas obras, un operador de cámara y entrevistador se aproxima a un transeúnte o a un grupo de ellos con un micrófono en la mano y los confronta con una pregunta directa (como por ejemplo, “¿Tenemos un sistema de clases en Suecia?” [Sjöman]). El transeúnte elige si quiere detenerse y contestar o no. La dinámica de esta confrontación, el shock inicial que puede producir, la atracción o repulsión hacia la cámara, la disponibilidad o limitación de tiempo del individuo, el enfoque particular al que tiende cada pregunta, etc., contribuyen a crear la clase de respuestas que los entrevistadores buscan. Esta acelerada adquisición callejera de información y opiniones se asocia a menudo con la noción de “opinión pública”, que literalmente significa las opiniones del público con respecto a un tema determinado en un espacio público, confrontado por la máquina de los medios. Sin embargo, Rouch, Sjöman y los otros realizadores de cine verdad, desconstruyeron brillantemente esta noción en los años 60 con la cuidadosa inserción de protagonistas clave en sus filmes (entrevistador, entrevistados, cámara, micrófono, etc.), que abiertamente representaban los roles asignados y los comentaban.

Elegí un enfoque diferente para La Buena Vida. No me interesaba revelar los mecanismos responsables de la construcción de la noción de “opinión pública”, sino más bien invitar a los entrevistados a reflexionar cuidadosamente y tomarse tiempo para comentar sobre las preguntas que les planteaba. Para lograr este propósito, nunca me acerqué a transeúntes que pasaran caminando sino solamente a individuos o grupos sentados en parques, esperando en la esquina de alguna calle o pasando el tiempo en algún otro espacio público. Los invitaba a contestar las preguntas luego de explicarles quién era yo, qué quería, dónde se presentaría el material y quién me financiaba. La idea era darles la mayor cantidad de información sobre mi intención para que nosotros pudiésemos sentirnos más inclinados a mantener un diálogo.

En otras palabras, y para contestar tu pregunta en forma más directa, sí y no. La mayor parte del tiempo, “mis” sujetos captaban “la forma de agencia de medios” que planteaba principalmente porque yo se los informaba. Algunas personas eligieron comprometerse realmente con las preguntas y entonces me veían más como un investigador que como un periodista. ¡Pero otros se decepcionaban al descubrir que yo era artista y no un periodista que les garantizaría un lugar en la televisión!

ED: Esta será una pregunta larga, me disculpo por anticipado. Tus comentarios sobre el acto de la voluntad, a menudo coercitivo, del entrevistador son una transición perfecta a esta pregunta, y al fundamento para que tú y yo estemos haciendo esta Entrevista sobre la entrevista, que es, después de todo, un riff sobre el texto del sociólogo Pierre Bourdieu, Conferencia sobre la conferencia. En este importante discurso, que fuera su exposición inaugural en el Collège de France en 1982, Bourdieu elabora su concepto de objetivación participante. En resumen, quiere significar que al intentar representar al cientificismo, la epistemología sociológica de la certidumbre y la objetividad a menudo enmascaran intereses subyacentes que dicen más acerca del investigador y el campo de investigación mismo que el objeto de observación. En contraste, Bourdieu propone una “sociología reflexiva” en la cual la posición del observador/investigador puede ser más transparente. La reflexividad también apunta a las formas en las que el poder fluye desigualmente dentro de reclamos de conocimiento – el “objeto” de investigación está a menudo en desventaja debido a una falta de acceso a los conceptos y categorías que gobiernan su representación. Pareciera que cuando llevas a cabo las entrevistas, tienen más de las características del diálogo social abierto que de instrumentos para la adquisición de conocimientos. En este sentido, ¿ves el tiempo y el espacio del intercambio discursivo, la entrevista “reflexiva” misma, como “la buena vida”?

CM: El concepto de “la buena vida” al que hago referencia en el título de mi proyecto está tomado de La política de Aristóteles. Se refiere a las responsabilidades del ciudadano dentro del funcionamiento político de la ciudad-estado. En su opinión, los ciudadanos deberían ser participantes activos en la construcción de una democracia por medio de tomar parte en actividades sociales que con frecuencia se basan en discusiones entre ellos. Esta clase de interacción social “democrática” es el marco que quise reproducir en La Buena Vida. Para encender estas discusiones, elegí la entrevista (actualmente asociada en gran medida y ambiguamente a la democracia) para tratar y combatir su empleo por parte de los medios, los filmes documentales y la sociología, el conjunto de problemas que plantea para la adquisición de conocimientos y, por supuesto, las complejas contradicciones del acto mismo de entrevistar. Aunque estos puntos críticos son muy importantes, su consideración es productiva para mí solamente en la medida en que me proporcionen formas alternativas de implementar un sistema de diálogo que pueda ayudarme a descubrir las opiniones reales de la gente con relación a las preguntas que se les plantean.

En estos términos, la “sociología reflexiva” de Bourdieu es una noción muy útil, en particular, como lo describiste antes, la idea del “flujo desigual de poder dentro del reclamo de conocimiento”. Esta idea resuena de dos maneras en La Buena Vida. En primer lugar, desde una perspectiva personal, yo, el entrevistador/artista abordé a los entrevistados con un conjunto de preguntas difíciles que esperaba me respondieran desde el ángulo que eligieran. Me empoderaba el simple hecho de plantear las preguntas, ya que éstas demandaban un cierto nivel, por mínimo que fuera, de conocimiento especializado y compromiso político. A menudo los entrevistados también presuponían que yo tenía “una respuesta” a las preguntas, lo que planteaba un segundo nivel de diferencia entre nosotros. Para evitar esta clase de estructura jerárquica, intenté explicar en detalle la intención del proyecto y de convertirlo en un diálogo por contraposición a una entrevista. Pero la “objetivación participante”, por “reflexiva” que fuese, fue algo de lo que no pude escapar. Creo que es una condición inherente al formato…

En segundo lugar, desde una perspectiva sociopolítica, la intervención estadounidense y el neocolonialismo en América Latina han marcado claramente los límites y el acceso a la información y a la formación de una opinión para la vasta mayoría de la población. Corporaciones transnacionales cuyos intereses económicos están al servicio de una elite privilegiada y a menudo extranjera son las propietarias de los medios de comunicación latinoamericanos. Su interés es mantener a la audiencia ignorante, para manipularla y hacerla creer en y comprar sus productos. A través de las interacciones sociales creadas por La Buena Vida, quise interferir este principio para estimular la discusión pública de temas de los que no se informa normalmente en los medios locales. (Sin embargo, es importante notar que existen numerosos movimientos sociales de oposición y varios medios independientes, principalmente bajo la forma de blogs de Internet pero también de canales de televisión y prensa escrita).

Todas estas son formas de distribución desigual y jerárquica del conocimiento, que ensanchan la brecha entre sujetos y objetos y promueven una tiranía del poder y la ignorancia. La única forma de proponer una interacción genuinamente democrática entre sujetos, de vivir una “buena vida” es, como tú implicas, poner el énfasis en la construcción de ruedos discursivos de intercambio social; espacios de diálogo que puedan llevar tanto a la confrontación como al acuerdo.

ED: Pasemos a la naturaleza online de este archivo de discusiones y a la viabilidad de representar esto como una “demos” de Internet más allá de la temporalidad de la entrevista inicial. ¿Cómo imaginas la existencia de La Buena Vida en el futuro, y con qué propósito?

CM: La Buena Vida es el archivo de Internet de entrevistas en video, la acumulación de estos encuentros temporales que ahora, fuera de contexto temporal y espacial, parecen pasados de moda, un poco como noticias antiguas. Desde un punto de vista político, La Buena Vida ya está muerta debido a los rápidos cambios que se suceden en el paisaje de los países donde realicé las entrevistas. Considera por ejemplo la cuestión de la democracia en relación con la Ciudad de México, que visité en agosto de 2005, durante el último año de la presidencia de Vicente Fox. La carrera para sucederlo como presidente constituyó una de las elecciones más peleadas y violentas en la historia reciente de la región, y llevó a que el mundo cuestionara severamente la legitimidad de la política mexicana y su compromiso con la democracia. Mis entrevistas no reflejan este momento definitorio que seguramente ha modificado la percepción del público de su sistema o gobierno. Estuve allí demasiado prematuramente. Menciono esto para sugerir de qué forma el proyecto es sólo una instantánea que puede revelar patrones históricos relacionados con los problemas planteados. En ese sentido, su futuro es precisamente el de cualquier archivo.

Su presencia en Internet es muy importante principalmente porque, en potencia, proporciona acceso a los entrevistados y a otras personas de las ciudades donde trabajé. No quiero sonar ingenuo en cuanto a esto, pero acostumbrado como estoy a las audiencias selectivas de los museos y galerías de arte, ¡Internet parece una plataforma inagotable para la distribución! Mi objetivo es distribuir esta dirección url por intermedio de las bibliotecas públicas e instituciones culturales en América Latina y Estados Unidos.

Soy un firme creyente en el poder de las formas alternativas de difundir (contra) información; es una faceta esencial de la democracia. En ese sentido Internet está, ciertamente, a la altura de lo que se espera de ella y está explotando a pleno su potencial para hacerlo. Actualmente tenemos acceso a múltiples narraciones y eso nos permite vivir e imaginar un mundo descentralizado, inclusivo, libre y democrático, aún si se trata solamente de una ilusión virtual.

Agosto 15- 20, 2008

Traducido del Inglés por Cora Sueldo

An Interview on the Interview:
A Conversation with Carlos Motta

by Eva Díaz


Eva Díaz: The most recent addition to your ongoing The Good Life project is a searchable online archive of the over 360 videotaped interviews you conducted with pedestrians in 12 Latin American cities about the history of United States intervention in the region and the socio-political effects of those disruptions. I’ll come to the substance of those interviews in a minute, but I want to consider the precedents in film and artistic practice for such a project, and the interrelated issue of your engagement with sociological methods such as field research and participant survey. In particular, an element of your approach seems to be a readdress of the history of artist’s uses and appropriations of sociological/social science methods (interviews, data collection/archive management, longitudinal—or in your case latitudinal—studies, and forms of statistical compilation). One can trace a lineage from Hans Haacke’s 1970 poll of MoMA visitors’ political opinions to your work, for instance. On the other hand, The Good Life hearkens to late 1950s and early 1960s explorations of new forms of documentary practices such as direct cinema’s innovative use of hand-held cameras and synch sound, or more specifically cinéma vérité’s approach to the passerby in street interviews. How did you come to the interview as a formal structure?




Carlos Motta: As I started to consider a formal method to approach my interest in this fascinating yet enormous subject—the way we as citizens of Latin America perceive and assimilate personally and collectively the history of U.S. interventions in the region—I carefully looked at Latin American documentary film from the 1950s, 1960s and 1970s. These decades staged several forms of resistance to what these filmmakers termed “American imperialism and bourgeois neo-colonialism,” and witnessed the production of alternative ways of social empowerment via the politicization of culture. Filmmakers such as Fernando Birri and Fernando “Pino” Solanas in Argentina; Carlos Alvarez, and Jorge Silva and Marta Rodríguez in Colombia; Patricio Guzmán in Chile; and Jorge Sanjinez in Bolivia used film as a political tool to inform, instruct, educate, and stir “popular” audiences about their social conditions, and their political needs, rights, and responsibilities.


A shared interest for all of them—and a central subject for my project—was the production of alternative ways to construct “public opinion.” A critical position with regard to the largely unquestioned manipulation of the mainstream media’s production of political and social consent was essential to the creation on new forms of mediatic interaction. Perhaps influenced by the recently formed cinéma vérité in France led by Jean Rouch, and its informal aesthetics, some of these Latin American filmmakers where also going out on the streets equipped with a microphone and a hand held camera confronting pedestrians with difficult questions, documenting social movements, and talking with individuals and groups about politics and society.


These historical precedents, as well as my growing concern about the corporate structure of the media—and its unapologetically biased reporting in the name of the “public”—led me to use the interview form in The Good Life. It was soon clear to me though, that I wouldn't make a film but use only the interview form to underline and contest its potential for the acquisition of knowledge and information. While interviewing is commonly only one of the features of a documentary film (along with a voice-over narration, etc.), the interview for me was the means and the end. Consequently I sought for a form to organize these hundreds of interviews in a “democratic” way, which led me to the creation of an online archive.


ED: I’m glad you mentioned the media and its constitutive effects on public opinion. The agglomeration of the media into mega- corporations indicates that the reproduction of the existing social order—the economic structure in which these corporations continue to be some of most profitable institutions owned by the wealthiest people on earth—is the fundamental form of consent they orchestrate. We are (too) familiar with the resulting cycle of fluff and mayhem that characterizes media entertainment logic, particularly for television. When you adopted the posture of the interviewer, but offered your set of seven questions on U.S. intervention and perceptions of democracy, obviously dissonance in the familiar media-based model of the interview was created. Did people pick up on that?  I should say, did your subjects reflect, on or off camera, on the form of media agency you yourself posed, or that you solicited from them?




CM: Upon beginning the project in Mexico City in 2005 I had to come up with a methodology to conduct the interviews that would work to achieve the kind of content I was looking for. I realized very soon—after several failed attempts—that the set up of the interviews I had seen and studied from several news channels and documentary films (including Jean Rouch’s “Chronicle of a Summer” and Vilgot Sjöman’s “I Am Curious (Yellow)”) wasn’t the appropriate one for my project. Generally, in these works, a camera person and interviewer approach a pedestrian or a group with a microphone in hand and confront them with a direct question (such as, “Do we have a class system in Sweden?” (Sjöman)). The pedestrian chooses whether to stop and answer or not. The dynamics of this confrontation, the initial shock it may produce, the attraction or repulsion to the camera, the individual’s time constraint, the particular bias intended with the question, etc. become constitutive of the kind of answers that interviewers seek. This fast-pased street acquisition of information and opinions is often associated with the notion of “public opinion,” which literally means the opinions of the public about a given subject in a public space confronted by the machine of the media. However, Rouch, Sjöman and other cinéma vérité makers brilliantly deconstructed this notion in the 1960s with the careful insertion of key protagonists in their films (interviewer, interviewees, camera, microphone, etc.) that openly performed and commented on their assigned roles.


I chose a different approach for The Good Life. I wasn’t interested in exposing the mechanisms behind the construction of the notion of “public opinion,” but rather in inviting the interviewees to thoughtfully reflect and take time to comment on the questions I asked. Towards this aim, I never approached walking pedestrians but only individuals or groups that were sitting down in parks, waiting in street corners or hanging out in other public spaces. I invited them to answer the questions after explaining who I was, what I wanted, where the material would be presented and who was financing me. The idea was to give them as much information about my intention so that we would feel more inclined to have a dialogue.


In other words, and to answer your question more directly, yes and no. “My” subjects picked up “on the form of media agency” I posed most of the time primarily because I told them. Some people chose to truly engage with the questions and would then think of me more as researcher than as a journalist. But others were disappointed to find out that I was an artist and not a journalist that would guarantee them a spot on TV!

ED: This will be a long question, I apologize in advance. Your comments on the volition, often coercive, of the interviewer are a perfect segue to this question, and to the rationale behind you and I doing an “Interview on the Interview,” which is, after all, a riff on sociologist Pierre Bourdieu’s “A Lecture on the Lecture.”  In this important speech, given as his inaugural address at the Collège de France in 1982, he elaborates his concept of participant objectivation. Briefly, he means that in attempting to represent and enact scientificity, sociology’s epistemology of certainty and objectivity often masks underlying interests that say more about the researcher and the field itself than the object of observation. In contrast, Bourdieu posits a “reflexive sociology” in which the position of the observer/researcher can be more transparent. Reflexivity also points to the ways in which power flows unequally within knowledge claims—that the “object” of inquiry is often disadvantaged by a lack of access to the concepts and categories governing its representation. It seems that as you conducted the interviews, they have more of the features of open, dialogical social exchanges than serving as instruments of knowledge acquisition. In this sense, do you see the time and space of the discursive exchange, of the “reflexive” interview itself, as “the good life”?



CM: The concept of “the good life” that I reference in the title of my project is borrowed from Aristotle's Politics. It refers to the responsibilities of a citizen within the political functioning of the city-state. For him, citizens should be active participants of the construction of a democracy by engaging in social activities that are often based on discussions amongst themselves. This kind of “democratic” social interaction is the framework that I wanted to replicate in The Good Life. To ignite these discussions, I chose the form of the interview (today largely and ambiguously associated with democracy) to address and contest its use by the media, documentary film, and sociology, the set of problems it posits for the acquisition of knowledge and, of course, the complex contradictions of the act of interviewing in itself. Although these critical points are very important, their consideration is only productive to me in so far as they provide alternative ways for the implementation of a dialogical system that would help me to find out people’s actual opinions on the questions asked.


In these terms, Bourdieu’s “reflexive sociology” is a very useful notion, and in particular, as you described above, the idea of the “unequal flow of power within knowledge claims.” This idea resonates in two ways in The Good Life.  First, from a personal stand point, I, the interviewer/artist came to the interviewees with a set of difficult questions and expected them to answer from whatever angle they chose to. I was empowered simply by asking the questions since these demanded a degree, however little, of specialized knowledge and political engagement. Interviewees often also presupposed that I had “an answer” to the questions, what posited a second level of difference between us. To avoid this kind of hierarchical structure I attempted to explain in detail the intention of the project and to turn this into a dialogue as opposed to an interview. But the “participant objectivation,” however “reflexive,” was something I couldn’t escape. I believe it to be an inherent condition to the form...


Second, from a socio-political standpoint, U.S. intervention and neo-colonialism in Latin America have clearly demarcated the limits and access of the vast majority of the population to information and to the formation of an opinion. Transnational corporations whose economic interests are at the service of a privileged, often foreign, elite own Latin American media. Their interest is to keep the audience ignorant, to manipulate them to believe in and buy their product. Through the social interactions created by The Good Life, I wanted to disrupt this principle to encourage public discussion about subjects that are not commonly reported by the local media (It is important to note, though, that there are large numbers of social movements of opposition and several independent media channels primarily in the form of Internet blogs but also in the form of TV and printed media.)


All of these are forms of uneven and hierarchical distribution of knowledge, which widen the gap between subjects and objects and promote a tyranny of power and ignorance. The only way to propose a truly democratic interaction between subjects, to live a “good life” is, as you imply, to emphasize the construction of discursive arenas of social exchange; spaces for dialogue, which might lead to both confrontation or consent.

ED: Let’s get to the online nature of this archive of discussions, and the feasibility of imaging this as an Internet “demos” beyond the temporality of the initial interview. How do you envision The Good Life existing into the future, and to what effects?

CM: The Good Life is the online archive of video interviews, the accumulation of these temporal encounters that now, out of place and time, seem out-dated, a bit like old news. From a political point of view, The Good Life is already dead because of the fast changes in the landscape of the countries where I conducted the interviews. Take for example the question on democracy in relationship to Mexico City, a place that I visited in August 2005 during Vicente Fox's last year in office. The race to succeed him as president was one of the most contested and violent elections in the recent history of the region, and it made the world severely question the legitimacy and commitment of Mexican politics to democracy. My interviews do not reflect this defining moment that surely has changed the public perception of their system or rule. I was there too early. I mention this to suggest how the project is only a snapshot that may reveal historical patterns in regards to the issues raised. In that sense its future is precisely that of any archive.



Its online presence is very important primarily because it potentially provides access to the interviewees and other people in the cities where I worked. I don’t want to sound naive about this, but being accustomed to the selective audience of art museums and galleries, the Internet seems like an endless platform for distribution! My aim is to distribute this url address via public libraries and cultural institutions in Latin America and the U.S.

I am a firm believer in the power of alternative ways of disseminating (counter) information; it is an essential feature of a democracy. The Internet in that sense is certainly living up to its expectations and it is exploding its full potential to do so. We now have access to multiple of narratives and that allow us to live and imagine a decentralized, inclusive, free and democratic world, even if it is only a virtual illusion.

August 15- 20, 2008